Una amarga victoria (la batalla de las islas Santa Cruz)

A comienzos de octubre de 1942 los japoneses reunieron en el atolón de Truk la mayor flota que se había visto hasta entonces en la guerra. Dos nuevos portaaviones de escuadra, el Hiyō y el Junyō, además del portaaviones ligero Zuihō, se unieron al Shōkaku y al Zuikaku, que se encontraban ya en la región, y a una gran fuerza de acorazados, cruceros y destructores, hasta sumar más de cuarenta buques de guerra. Las semanas siguientes los portaaviones japoneses se mantuvieron alejados del combate, esperando el momento propicio para enfrentarse a las fuerzas aeronavales aliadas en el Pacífico sur. No tendrían que aguardar mucho tiempo. Con los refuerzos desembarcados en Guadalcanal las noches del 11 y el 15 de octubre, las tropas japonesas en la isla creían estar en condiciones de lanzar un gran ataque que les diese la victoria definitiva. Coincidiendo con la ofensiva terrestre, la flota japonesa iría a aguas de Guadalcanal para forzar a las agrupaciones de portaaviones estadounidenses a presentar batalla. Cuando se dirigía al sur, la escuadra tuvo su primer contratiempo grave: el 22 de octubre un incendio accidental que dañó una de sus calderas obligó al portaaviones Hiyō a regresar a Truk. Las fuerzas japonesas se dividieron en tres grupos: El principal estaba formado por los portaaviones Shōkaku, Zuikaku y Zuihō, con un crucero pesado y ocho destructores de escolta. El grupo de ataque lo componían el portaaviones Junyō, dos acorazados, cinco cruceros y diez destructores. Ambos iban precedidos por un grupo de vanguardia formado por dos acorazados, cuatro cruceros y siete destructores. Al mando del grupo principal estaba el vicealmirante Chuichi Nagumo, el prestigioso comandante de fuerzas aeronavales que había dirigido el ataque a Pearl Harbor y que había caído en desgracia después del desastre de Midway. Eso explica que el mando supremo de la escuadra no recayese en él, sino en el vicealmirante Nobutake Kondō, comandante del grupo de ataque. Al mando del grupo de vanguardia estaba el contraalmirante Hiroaki Abe.

El 23 de octubre comenzó la ofensiva japonesa en Guadalcanal. El objetivo principal, una vez más, era Campo Henderson, la base aérea situada en el norte de la isla. El ataque fue a una escala mucho mayor que cualquiera de los anteriores, pero los marines resistieron. Creyendo erróneamente que Campo Henderson había sido neutralizado, la mañana del 25 de octubre una fuerza naval japonesa se acercó a la costa norte de la isla para apoyar el avance de las tropas en tierra. Los aviones de la Cactus Air Force lanzaron continuos ataques durante todo el día, hundiendo el crucero ligero Yura y dañando al destructor Akizuki. Pero esa no era más que una pequeña avanzada. El grueso de las fuerzas japonesas estaba aproximándose al archipiélago de Santa Cruz, al este de Guadalcanal. Allí les esperaban dos portaaviones estadounidenses con sus respectivos grupos de combate. Al mando del grupo del Hornet (Task Force 17) estaba el contraalmirante George Murray. El otro grupo (Task Force 16) estaba formado en torno al Enterprise, que acababa de llegar de Pearl Harbor. El Enterprise había sufrido graves daños dos meses antes, en la batalla de las Salomón Orientales, y había sido reparado apresuradamente para que pudiese volver cuanto antes al Pacífico sur. Al mando de la Task Force 16 y del conjunto de la flota estaba el contraalmirante Thomas Kinkaid.

Hacia el mediodía del 25 de octubre un hidroavión de reconocimiento con base en Santa Cruz avistó los portaaviones japoneses. Los dos grupos de combate estadounidenses se dirigieron a toda velocidad al norte con la esperanza de que la flota enemiga entrase en el radio de acción de sus aviones antes de acabar el día. Los japoneses viraron para evitarlo, consiguiendo mantenerse fuera del alcance de la aviación norteamericana. Kinkaid llegó a ordenar el despegue de una fuerza de ataque, pero los aviones regresaron sin haber podido encontrar a los buques enemigos. Al caer la noche ambos bandos sabían que el día siguiente sería el decisivo, y que el primero que localizase los portaaviones del bando contrario tendría toda la ventaja.

Pero esa ventaja no sería para nadie. A primera hora de la mañana los dos grupos de portaaviones fueron descubiertos por los aviones de reconocimiento enemigos casi de forma simultánea. El primer ataque lo protagonizó uno de esos vuelos de reconocimiento. Dos bombarderos en picado estadounidenses SDB Dauntless se encontraron con el portaaviones ligero Zuihō desprotegido (los cazas que le daban cobertura habían ido en persecución de otro grupo de aviones norteamericanos) y vieron la oportunidad de atacar. Sus bombas cayeron en la cubierta, causando graves daños y dejando al portaaviones japonés temporalmente incapacitado para realizar operaciones aéreas.

Las fuerzas de ataque comenzaron a despegar de sus respectivos portaaviones. Los japoneses lanzaron un ataque masivo en dos oleadas, sumando entre ambas 110 aparatos. Los estadounidenses, en cambio, optaron por tardar el menor tiempo posible en enviar sus aviones, aunque eso supusiese que tener que hacerlo en grupos más pequeños. Fueron en total 64 aviones divididos en tres oleadas. Dos de las formaciones, integradas por aparatos del Zuihō y el Enterprise, se cruzaron en el aire y entablaron un combate en el que fueron derribados cuatro Zeros, tres Wildcats y dos torpederos TBF Avenger.

En la cubierta de vuelo del Shōkaku los aviones de la fuerza de ataque se preparan para despegar:


Kondō había ordenado a los grupos de vanguardia y de ataque avanzar a toda máquina para unirse a la batalla en superficie. Los primeros buques avistados por la primera oleada estadounidense fueron los del grupo de vanguardia de Abe, pero los dejaron atrás: su objetivo eran los portaaviones. Éstos aparecieron a su vista pasadas las nueve de la mañana. Mientras los Wildcats entablaban combate con los Zeros de cobertura, los bombarderos en picado Dauntless se lanzaron contra los buques enemigos. Cuatro de ellos fueron derribados por los Zeros antes de alcanzar sus objetivos, pero los once restantes consiguieron lanzar sus bombas. Al menos tres cayeron en el Shōkaku, inutilizando su cubierta de vuelo. Además, el destructor Teruzuki fue dañado por un impacto cercano. Los seis torpederos Avenger de la primera oleada perdieron contacto con el resto de la formación y no llegaron a participar en el ataque a los portaaviones. En su lugar atacaron al crucero pesado Tone, al que avistaron durante el vuelo de regreso. Todos sus torpedos fallaron el blanco.

Las segunda y tercera oleadas estadounidenses lanzaron sus ataques contra el grupo de vanguardia de Abe en lugar de continuar en busca de los portaaviones enemigos. Ambos grupos eligieron como blanco principal el crucero pesado Chikuma, que fue alcanzado por tres bombas y un torpedo y tuvo que retirarse de la batalla.

Mientras tanto se había producido el ataque de la primera oleada japonesa. Los atacantes fueron descubiertos por los radares estadounidenses antes de divisar su objetivo, pero la mayor parte de los bombarderos japoneses consiguieron evitar a los cazas enviados a interceptarlos y picaron contra el primer portaaviones que localizaron, el Hornet. El buque recibió el impacto de tres bombas, dos de las cuales penetraron varias cubiertas antes de detonar, causando daños muy graves. Además, el piloto de un Aichi D3A que había sido alcanzado por la artillería antiaérea se estrelló deliberadamente contra él, extendiendo combustible de aviación ardiendo por la cubierta de vuelo. Casi cien hombres murieron por el ataque de los Val. A continuación fue el turno de los veinte torpederos Nakajima B5N. Aunque muchos de ellos fueron derribados por la artillería del portaaviones y de sus escoltas durante su aproximación, dos de los torpedos que lograron lanzar golpearon al buque, provocando averías graves en sus turbinas y en sus sistemas eléctricos. Un segundo Val alcanzado por el fuego antiaéreo se estrelló contra el costado del buque, iniciando otro incendio cerca de los tanques principales de combustible de aviación. Cuando los aviones japoneses se retiraron, el Hornet estaba inmovilizado y envuelto en llamas. En la lucha, que había durado menos de quince minutos, los japoneses habían perdido veinticinco aparatos de todas las clases, los estadounidenses seis Wildcats.

Los aviones del Hornet que estaban en el aire o que regresaban de atacar a la flota japonesa se encontraron con su buque ardiendo y tuvieron que dirigirse al Enterprise. Llegó un momento en el que la cubierta de vuelo del portaaviones estaba tan repleta de aparatos que se tuvieron que suspender las operaciones de aterrizaje. Varios aviones agotaron su combustible y amerizaron junto a los destructores de escolta. Cuando uno de esos buques, el Porter, estaba rescatando a la tripulación de un Avenger, fue golpeado por un torpedo. La explosión mató a quince hombres y causó graves daños en el destructor. El Porter fue abandonado por su tripulación y se hundió poco después. El causante de su hundimiento pudo ser un torpedo errante proveniente de los Avengers que habían amerizado en las proximidades, o bien uno lanzado por el submarino japonés I-21, que al parecer se encontraba en la zona.

Cuando los radares detectaron la aproximación de la segunda oleada de ataque japonesa, la flota estadounidense estaba sumida en el caos. El Enterprise aún tenía la cubierta de vuelo atestada de aviones. Los incendios en el Hornet habían sido controlados, pero el buque se había quedado sin propulsión y continuaba inoperativo. Una vez más, la mayor parte de los Aichi D3A eludieron sin muchos problemas a los cazas interceptores y se lanzaron contra su objetivo, el Enterprise. El fuego antiaéreo fue más efectivo que en el anterior ataque al Hornet, pero aun así los japoneses consiguieron golpear con dos bombas en el portaaviones, matando a 44 hombres e inutilizando el ascensor principal. Minutos más tarde llegaron los torpederos. Un grupo de dieciséis Nakajima B5N se dividió para atacar al Enterprise, al acorazado South Dakota y al crucero pesado Portland. Ninguno de los torpedos dio en el blanco, aunque uno de los aviones, envuelto en llamas tras el ataque de un Wildcat, se estrelló contra el destructor Smith, provocando un gran incendio y matando a 57 hombres. Nueve de los dieciséis B5N fueron derribados.

El Enterprise bajo el ataque de los aviones japoneses:


A las once y cuarto, minutos después de que el Enterprise reabriese su cubierta de vuelo para empezar a recibir de nuevo a los aviones que regresaban de atacar a la flota japonesa, llegó una inesperada tercera oleada. El Junyō, el portaaviones de escuadra que acompañaba al grupo de Kondō, había lanzado un ataque independiente a cargo de diecisiete Val y doce Zeros. El Enterprise fue alcanzado por tercera vez. El acorazado South Dakota y el crucero ligero San Juan también fueron golpeados por sendas bombas. Solo seis de los diecisiete Val sobrevivieron y consiguieron regresar al Junyō.

A las once y media, con el Hornet fuera de combate y el Enterprise muy dañado, Kinkaid se vio obligado a ordenar la retirada. La task force del Enterprise abandonó el campo de batalla. El Hornet, que tenía que ser remolcado, se quedó atrás con sus escoltas. Decenas de aviones estadounidenses tuvieron que ser abandonados en el océano. Sus tripulaciones fueron rescatadas por los buques que permanecían en la zona.

Kondō también ordenó la retirada de sus portaaviones dañados, el Shōkaku y el Zuihō. Pero él todavía podía contar con dos portaaviones de escuadra operativos, el Zuikaku y el Junyō, y no iba a renunciar a continuar la lucha. A primera hora de la tarde, mientras los grupos de Kondō y Abe se dirigían a toda máquina al encuentro de la flota estadounidense, esperando llegar a tiempo para destruirla en un combate en superficie, los japoneses lanzaron un nuevo ataque aéreo coordinado desde sus dos portaaviones, a cargo de quince aviones del Junyō y catorce del Zuikaku.

El Hornet había empezado a moverse lentamente, remolcado por el crucero pesado Northampton, cuando aparecieron los aviones japoneses. Los primeros en atacar fueron siete torpederos del Junyō. Solo uno de los torpedos dio en el blanco, pero fue suficiente. La explosión abrió una gran vía de agua y el buque comenzó a escorarse. Poco después llegó el grupo de ataque del Zuikaku. Una bomba lanzada por un Aichi D3A impactó también en el portaaviones. A las tres y media de la tarde había despegado del Junyō la última fuerza de ataque del día, formada tan solo por cuatro Val y seis Zeros. Cuando llegaron al lugar donde se encontraba el Hornet, la tripulación ya había abandonado el barco. Uno de los Val dejó caer una bomba más sobre el buque, aunque ya no era necesaria.

El Hornet, abandonado y fuertemente escorado:


Todos los buques estadounidenses abandonaron la zona a excepción de los destructores Mustin y Anderson, que se quedaron con la misión de asegurar el hundimiento del Hornet para evitar su captura por el enemigo. Pero después de torpedearlo y cañonearlo hasta casi agotar las municiones, el portaaviones, que ya no era más que un casco humeante, aún seguía a flote. Finalmente tuvieron que retirarse sin haber conseguido su objetivo. Apenas media hora más tarde llegó la fuerza de vanguardia de Abe. Los japoneses, aunque consideraron la posibilidad de tomar el Hornet como trofeo de guerra, lo vieron tan dañado que decidieron que no valía la pena intentar salvarlo. El Hornet se hundió la madrugada del 27 de octubre, después de ser torpedeado una vez más por destructores japoneses.

Con muchos buques de su escuadra al límite de combustible, Kondō decidió abandonar la persecución de la flota estadounidense y dar la orden de regresar a Truk. Así acababa la batalla de las islas Santa Cruz. Numéricamente había sido una clara victoria japonesa: Habían hundido al Hornet y al destructor Porter, y causado daños al Enterprise, al acorazado South Dakota, al crucero San Juan y a los destructores Smith y Mahan (este último a causa de una colisión con el South Dakota durante la retirada a Nueva Caledonia). Los japoneses no habían perdido ningún buque, aunque el portaaviones de escuadra Shōkaku, el ligero Zuihō y el crucero Chikuma habían sufrido graves daños. El Enterprise, el único portaaviones aliado que quedaba en el Pacífico sur, tardaría varias semanas en volver a estar operativo. Pero la importancia estratégica de la batalla se vio muy reducida por el fracaso japonés en la ofensiva terrestre en Guadalcanal. Y, sobre todo, la victoria japonesa no fue tan evidente si uno se fija en el enorme precio que tuvieron que pagar sus fuerzas aeronavales.

De los 175 aviones que participaron en la batalla, los estadounidenses perdieron 81. Por parte japonesa fueron 99 de 203. El índice de pérdidas fue altísimo, cercano al 50 %, pero casi igual en ambos bandos. La diferencia estuvo en las tripulaciones. La mayor parte de los aviadores norteamericanos pudieron ser rescatados, tan solo murieron 26 hombres (hay que tener en cuenta que la mayoría de los aviones derribados fueron bombarderos y torpederos, con dos o tres tripulantes por aparato). Por contra, los japoneses perdieron a 148 pilotos y miembros de tripulaciones aéreas, una cifra pavorosa (en Midway, con cuatro portaaviones de escuadra hundidos, “solo” fueron 110). Muchos de ellos eran pilotos experimentados, la élite de la aviación naval japonesa. Después de cuatro grandes batallas aeronavales en menos de seis meses (Mar del Coral, Midway, Salomón Orientales y Santa Cruz) la generación de aviadores que había protagonizado la hazaña de Pearl Harbor prácticamente había sido aniquilada. Y el relevo era lento y costoso. La velocidad con la que se tenían que cubrir las bajas no permitía a los nuevos pilotos completar su formación adecuadamente.

Hasta que finalizasen las reparaciones del Enterprise no iba a haber ni un solo portaaviones aliado en todo el Pacífico. Pero la Marina Imperial no podría aprovechar la ventaja que eso suponía. Dos portaaviones de escuadra japoneses, el Zuikaku y el Junyō, habían salido intactos de la batalla, pero con sus grupos aéreos diezmados. Los portaaviones tuvieron que regresar a Japón y dedicar los meses siguientes a formar apresuradamente a una nueva generación de pilotos navales. El Zuikaku no volvería al Pacífico sur hasta febrero de 1943, a tiempo para ayudar a cubrir la retirada de las últimas tropas japonesas de Guadalcanal.

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