Los últimos de Iwo Jima

Hay muchos casos conocidos de soldados japoneses que después del final de la guerra permanecieron ocultos durante mucho tiempo (años, o incluso décadas), en las selvas del sureste asiático o las islas del Pacífico. Eran hombres a los que habían inculcado que la rendición era el mayor deshonor en el que podía caer un soldado, y que habían quedado aislados, sin comunicación con sus superiores ni con el resto del mundo. El más famoso de ellos, Hirō Onoda, que se rindió en las Filipinas en marzo de 1974, se negaba a creer que la guerra había terminado treinta años antes. Para convencerle y darle la orden de rendición tuvo que viajar desde Japón su antiguo superior.

También en Iwo Jima, igual que en muchas otras guarniciones japonesas derrotadas, después de la batalla hubo centenares de supervivientes que se negaron a rendirse y permanecieron escondidos en la red de cuevas que habían preparado para la defensa de la isla. Pero Iwo Jima era una isla pequeña, sin agua, prácticamente sin vegetación, y sin población civil. La supervivencia allí era muy difícil, y además no había mucho sitio donde esconderse. Aun antes de que terminase la batalla, comenzaron a llegar a la isla millares de estadounidenses: soldados, personal de la Fuerza Aérea y trabajadores que ponían a punto las pistas de aterrizaje. Hasta el final de la guerra la isla se convirtió en una importante base auxiliar para los bombarderos norteamericanos, a medio camino entre las bases aéreas de las Marianas y Japón.

Durante los meses de abril y mayo de 1945, cuando Iwo Jima estaba ya oficialmente bajo el control de las fuerzas norteamericanas, centenares de japoneses resultaron muertos o fueron capturados por los hombres del 147º Regimiento de Infantería, que había quedado como guarnición en la isla tras la marcha de los Marines.

Algunos japoneses aguantaron aún varias semanas. Fue el caso del teniente Musashino, oficial al mando de la compañía de zapadores de la 2ª Brigada Mixta. Sobrevivió junto a su compañero el teniente Taki, ocultos en cuevas en la costa oriental de la isla, alimentándose de lo que conseguían robar a las tropas estadounidenses durante las noches. Varias veces Musashino estuvo a punto de suicidarse con una granada, pero Taki siempre le disuadía de hacerlo. Una noche, el 8 o el 9 de junio, Musashino y Taki fueron sorprendidos por el fuego de una ametralladora desde un puesto de vigilancia estadounidense. Taki cayó muerto con un balazo en la cabeza. Eso fue lo que acabó definitivamente con las esperanzas de Musashino. Decidió ocultarse en un hueco entre las rocas y dejarse morir allí de hambre. El 16 de junio, delirando y al borde de la inanición, fue encontrado por una patrulla estadounidense. En contra de lo que esperaba, fue bien tratado por sus captores. Le llevaron a un hospital y le alimentaron hasta que acabó totalmente recuperado. Pasó el resto de la guerra en un campo de prisioneros.

Vista aérea de Iwo Jima:


Restos de la batalla; al fondo, el monte Suribachi:


Hombres del 147º Regimiento de Infantería durante las operaciones de limpieza en Iwo Jima, en las semanas posteriores al fin de la batalla:


En 1949 la la guerra era ya casi un recuerdo lejano en Iwo Jima. La Fuerza Aérea de los Estados Unidos mantenía la base activa, aunque tenía mucho menos movimiento que durante la guerra. Los bombarderos B-29 y los cazas Mustang habían desaparecido. Únicamente se mantenían varios equipos de ayuda a la navegación aérea controlados por personal de la USAF y una guarnición de la Guardia Costera de los Estados Unidos. En fin, un destino aburrido, con mucha tranquilidad y ninguna emoción.

En el extremo norte de la isla, a unos 6 kilómetros de la base principal, había una estación de radio. Todas las mañanas alguno de los hombres destinados en la estación tenía que acudir a la base para cumplir con el trámite burocrático de solicitar al encargado de vehículos que les renovase el permiso para disponer de un jeep. El 6 de enero de 1949 (día de Reyes) la mañana comenzó como todas las demás. Ese día el encargado de renovar el permiso, el cabo Ellis, bajó a la base acompañado por el cabo Pete, un operador de radio. Cuando iban con su jeep por la carretera que recorría todo el perímetro de la isla, los dos soldados vieron a dos caminantes y pararon junto a ellos para ofrecerse a llevarles hasta la base. Eran dos hombres de rasgos orientales vestidos con uniformes del Ejército y chalecos militares varias tallas más grandes de lo que les hubiese correspondido. Ellis y Pete no se sorprendieron demasiado. En esos días había llegado a Iwo Jima un barco chino para recoger chatarra (vehículos abandonados y otros restos de la batalla, que todavía se podían encontrar por toda la isla), y los soldados supusieron que eran dos chinos pertenecientes a la tripulación del barco que estaban dando una vuelta. Los dos hombres aceptaron subir al jeep y fueron con ellos hasta la base. Aparte de que no parecían entender el inglés tampoco se mostraron muy comunicativos. Cuando Ellis y Pete llegaron a su destino se dirigieron a las oficinas de la base dejando a sus dos acompañantes en el jeep. Al salir los dos hombres habían desaparecido. Los soldados regresaron a la estación de radio y se olvidaron de su extraño encuentro.

Al mediodía, para la comida, Ellis y Pete volvieron a bajar a la base principal acompañados por su superior, el sargento Donald Cook. Allí nadie hablaba de otra cosa: el sargento de suministros había capturado a dos japoneses que había encontrado justo en mitad de la base, junto al asta de la bandera.

Los hombres capturados fueron interrogados y contaron su historia: eran dos soldados de la Marina Imperial, dos jóvenes japoneses de origen campesino llamados Matsudo Linsoki y Yamakage Kufuku. Habían permanecido cuatro años escondidos en cuevas durante el día y saliendo únicamente por las noches para buscar agua y alimentos. Según dijeron habían decidido rendirse cuando escuchando una radio que habían robado a los estadounidenses oyeron villancicos en una emisora de Tokio, lo que les hizo suponer que Japón había perdido la guerra. Habían tratado de entregarse a Ellis y Pete cuando les vieron acercarse en el jeep, pero se encontraron con que en lugar de detenerles los dos soldados les habían dejado abandonados en medio de la base norteamericana.

Más tarde los japoneses acompañaron a sus interrogadores a mostrarles el escondite donde se habían estado ocultando, una cueva cercana al punto de la carretera donde les habían encontrado Ellis y Pete, con alambre de púas en la entrada para evitar que algún soldado estadounidense se asomase por allí para curiosear. Allí se resolvieron algunos pequeños misterios, como el paradero de las latas de jamón que habían desaparecido en navidad, o el de otros objetos que de vez en cuando alguien había echado en falta en la base.

Los dos japoneses que se entregaron el 6 de enero de 1949 en Iwo Jima; Matsudo Linsoki (izquierda) y Yamakage Kufuku:


Fuentes:
Derrik Wright: La batalla de Iwo Jima
http://www.wanpela.com/holdouts/profiles/linsoki.html
http://www.famouspictures.org/mag/index.php?title=Raising_The_Flag_On_Iwo_Jima
http://www.ibiblio.org/hyperwar/USMC/USMC-M-IwoJima/index.html


No hay comentarios:

Publicar un comentario